Considero de vital importancia y especial urgencia aprender a detener todo nuestro hacer y pasarnos al modo de “ser”, aprender a buscar tiempo para uno mismo y a alimentar la calma y la aceptación de uno mismo; aprender a observar a qué está dispuesta nuestra mente en cada momento, a cómo vigilar nuestras ideas y a darles rienda suelta sin que nos capturen ni arrastren; a cómo hacer sitio para las nuevas formas de contemplar viejos problemas y para percibir la vinculación de unas cosas con otras, todo ello forma parte de las lecciones de la atención plena.
Esta clase de aprendizaje entraña asentarse en un momento de ser y de cultivar la conciencia.
Y para todo esto no hace falta encender incienso, sentarse en un puff, o hacerse monje Tibetano, solamente requiere de práctica sistemática y disciplinada. De éste modo crecerá la fuerza de la atención plena y más trabajará ésta en nuestro bien.
Cuando empecemos por prestar atención a lo que hace nuestra mente, nos encontraremos probablemente con que existe una intensa actividad mental y emocional bajo la superficie. Estas incesantes ideas y sensaciones pueden absorber gran parte de nuestras energías y constituirse en obstáculos para experimentar incluso breves momentos de calma y satisfacción.
Cuando la mente se ve dominada por la falta de satisfacción y de conciencia (lo que ocurre con mucha más frecuencia de la que la mayoría de nosotros se encontraba dispuesta a admitir), es difícil que nos sintamos tranquilos o relajado, sino que muy al contrario, nos sentiremos fragmentados y empujados. Pensaremos en esto y en aquello, querremos esto y aquello. Con frecuencia, el esto y el aquello serán conflictivos.
Este estado mental puede afectar seriamente a nuestra capacidad de hacer nada o incluso de ver las cosas con claridad. En momentos tales, podemos desconocer lo que pensamos, sentimos o hacemos. Lo que es peor, lo más probable es que ni siquiera sepamos que lo desconocemos.
Podemos llegar a pensar que sabemos lo que pensamos, sentimos y hacemos, así como lo que ocurre, aunque, en el mejor de los casos, consista en un conocimiento incompleto. Lo que ocurre en realidad es que nos vemos empujados por lo que nos gusta y no nos gusta, totalmente faltos de conciencia de la tiranía ejercida por nuestros pensamientos y de los comportamientos autodestructivos que con frecuencia produce.
Al embarcarnos en nuestra propia puesta en práctica de la meditación de la atención plena, llegaremos a saber por nosotros mismos algo sobre nuestro desconocimiento.
No es que la atención plena constituya la “respuesta” a todos los problemas de la vida, sino más bien que todos los problemas de la vida pueden verse con más nitidez a través de una mente clara.
El solo hecho de percatarnos de una mente que cree que sabe todo el tiempo constituye de por sí un importante paso hacia la forma de ver a través de nuestras opiniones y darnos cuenta de las cosas como de hecho son.
“Cuando paro me reparo”.